Siempre surge la pregunta: ¿el líder nace o se hace? Desde que tengo memoria, he estado en posiciones de liderazgo. A los 8 años, ya estaba asumiendo responsabilidades de adulto. Mis padres me asignaron la tarea de recoger a mi hermanita de 6 meses en el jardín, y ahí fue cuando mi vida de "adulta" comenzó, aunque yo seguía siendo una niña.
Recuerdo perfectamente el día en que me entregaron a mi hermanita con un chichón enorme en la frente. No sabía cómo decirles a mis padres que, aunque lo había visto, lo dejé pasar porque, a mis escasos 8 años, no tenía idea de cómo manejar la situación. Al día siguiente, como era de esperar, mis padres fueron al jardín a averiguar qué había pasado. Yo, por supuesto, no quería quedarme al margen, así que observé atentamente cómo manejaban la situación, tratando de aprender para la próxima vez. Pero lo que realmente despertó en mí fue una especie de mantra: "no me puedo dejar". Honestamente, me sentí engañada de que me entregaran a mi hermanita así, sin ninguna explicación, y me sentí tonta por no haber hecho nada al respecto, entregándosela a mis padres esa noche con el chichón aún más grande.
Mi personalidad y las responsabilidades asumidas desde niña me llevaron a tomar siempre el timón del barco. Me convertí en líder en el colegio y en casi todos mis trabajos. Ser líder me hizo pasar de ser la diseñadora quizás menos destacada de un grupo de 12 a convertirme en la gerente de esa misma empresa 11 años después. Luego de reunir muchas experiencias como liderar proyectos para numerosos clientes, crear unidades de negocio, cerrar negocios importantes, fundar empresas, asumir equipos intergeneracionales desde niños hasta personas mayores de 50 años y enfrentar retos inesperados con resultados sobresalientes, me fui a liderar esta empresa en la que estuve por 5 años. Después, decidí montar mi propio negocio una vez más y allí, asumí nuevamente el reto de rodearme otra vez de un gran equipo.
Y fue en este último reto cuando me di cuenta de que estaba cansada. Tan cansada que empecé a cometer errores y a atropellar a otros en el proceso. Si hablara con las personas que lideré en mis primeras épocas por allá en el 2007, dirían que era una gritona intransigente y si hablará con el último grupo dirían que casi ni hablaban conmigo porque el agotamiento me llevó a entregar total autonomía (sin las herramientas suficientes) y hacerme practicamente invisible.
Hoy, en retrospectiva, me doy cuenta de que pasé la mitad de mi vida asumiendo responsabilidades y liderando sin descanso. A los 40 años, finalmente me sumergí en un profundo proceso de auto-descubrimiento. Al verme en el espejo, comprendí que, a pesar de mis habilidades de liderazgo, todo habría sido mucho más humano, amable y efectivo si hubiera aprendido a liderarme a mí misma primero. Aun así, ¡bendito sea al Altísimo! que esas habilidades con las que nací y esas responsabilidades que mis padres bien o mal me entregaron desde muy pequeña, me permitieron acompañar a muchas personas en sus recorridos profesionales, y no solo alcanzar resultados destacados para mi vida y para las empresas en las que estuve, sino también para la vida de otros.
En Retrospectiva: El Costo de Liderar a Otros Sin Liderar Mi Propia Vida
Al mirar hacia atrás, me doy cuenta de que estaba tan enfocada en liderar a otros y en cumplir metas que nunca me di el tiempo para aprender a liderar mi propia vida. La carga de estar constantemente en una posición de liderazgo tiene un precio, y los costos personales se acumulan lentamente, casi sin que te des cuenta.
Uno de los mayores desafíos que enfrenté fue el cansancio emocional. Estar siempre al frente, tomando decisiones, asumiendo responsabilidades y lidiando con las expectativas de los demás, terminó por agotar mi energía mental. Este desgaste se fue reflejando en mi bienestar emocional la presión de ser el pilar para otros me dejó poco espacio para cuidar de mí misma.
Las relaciones personales también se vieron afectadas. Al priorizar siempre el trabajo y las responsabilidades de liderazgo, a menudo descuidé a mi familia, lo que tuvo sus consecuencias. Además, debilité muchas relaciones que pude haber cultivado y, bajo la presión, algunas se dañaron debido a mis malas actitudes. El liderazgo constante no solo impacta tus horas de trabajo, sino que también se infiltra en tu vida personal, erosionando la calidad de tus relaciones.
Finalmente, mi salud física comenzó a resentirse. El estrés constante, la falta de autocuidado y no hacer mis duelos, todo eso me pasó factura. Me di cuenta de que liderar no es solo una cuestión de fortaleza mental, también requiere estar físicamente en forma para soportar la presión que conlleva.
Errores Cometidos: Reflexiones y Aprendizajes
Mirando hacia atrás, uno de mis mayores errores fue el autoritarismo. A menudo, especialmente cuando el agotamiento durante la pandemia y la presión de los resultados estaba entrando, quería que las cosas se hicieran a mi manera y en mi tiempo, lo que me llevó a ser inflexible y a veces hasta tiránica. Sin darme cuenta, me convertí en alguien que no toleraba que le dijeran lo que tenía que hacer. Este comportamiento no solo me agotaba, sino que era una actitud totalmente contraría a lo que antes me había conducido al éxito: rodearme de personas brillantes y confiar en ellos, co-creando en las decisiones e ideas.
Otro error fue la reactividad. Estaba siempre a la defensiva y en la actitud infantil de culpar a otros por lo que no salía bien. Esto, lejos de protegerme, me hacía aún más vulnerable y afectaba mis relaciones, tanto personales como profesionales.
También caí en la temeridad, algo que estaba totalmente fuera de mi verdadero yo y que también era lo que antes me había conducido al éxito: asumir riesgos.
Finalmente, en mi afán por demostrar que podía con todo, llegué a poner en riesgo mi propia integridad física y emocional.
Si pudiera volver el tiempo atrás, lo haría diferente. No pretendería madurar tan rápido y no me impondría la carga de liderar antes de estar lista. Mi mensaje para las nuevas generaciones es que no todo tiene que ser inmediato, no todo tiene que ser ahora. Es importante darse tiempo para que las cosas se consoliden, porque esa es la única manera de que den frutos.
Lo que definitivamente hice bien, y debo admitir que tengo un talento para ello, fue elegir a las personas adecuadas y rodearme de gente brillante. Formé equipos productivos y por sobre todo, empáticos. Viví grandes momentos junto a personas a quienes hoy agradezco profundamente y me llena de orgullo ver cómo han evolucionado profesionalmente y prosperado. Aprendí a escuchar, a valorar a las personas como seres humanos, y no solo como engranajes de una máquina, incluso cuando esa "máquina" se dedicaba a crear plataformas digitales y contenidos.
La Lección Aprendida
Liderar a otros es una gran responsabilidad, pero liderar la propia vida es crucial. A medida que continúo este viaje, estoy decidida a priorizar mi bienestar, a cuidar mis relaciones y a mantener un equilibrio saludable entre mis responsabilidades y mi vida personal.