Las Elecciones que Definen Nuestro Viaje


Las Elecciones que Definen Nuestro Viaje

En el 2020, el mundo estaba aprendiendo a girar bajo nuevas reglas. Hoy en día, es difícil encontrar a alguien que no diga frases como: “en la pandemia descubrí…”, “en la pandemia me pasó…” o “desde la pandemia soy…”. De una forma u otra, todos vivimos alguna transformación. En mi caso, hubo varias, pero la más importante fue que Javi y yo, recién estrenados como pareja, encontramos la oportunidad de construir algo auténtico y fuerte en medio del caos. 

Vivir la novedad de pasar de vernos como amigos ahora a vernos como pareja, hizo los desafíos e incertidumbres de esos días mucho más llevaderos y eso nos unió, creando un lazo especial que fortaleció aún más nuestra conexión.

Sin embargo, con el paso del tiempo, enfrentamos las consecuencias colectivas de la pospandemia. El encierro, que ya no era obligado sino voluntario, poco a poco nos sumergió en la rutina...

Intentábamos romperla con vino, cócteles y largas conversaciones, pero incluso nuestro plan favorito empezó a sentirse más como un escape que como un disfrute.

La situación empeoró cuando dejamos el apartamento que con su amplia terraza hacía nuestras jornadas más llevaderas y nos mudamos a otro más pequeño. Al terminar las jornadas laborales siempre nos preguntábamos: “¿qué hay pa’ hacer?”... Pero salir a la calle a esa hora significaba darse cuenta de que teníamos pico y placa o soportar el caos del tráfico sumergidos en trancones interminables, muchas veces en medio de aguaceros monumentales.

Bogotá, con su ritmo imparable y energía cada vez más sofocante con un montón de gente apresurada por ganarse la vida viniendo de todas partes, nos empujaba a hacer urgente encontrar una forma de escapar de la rutina.

De repente, un día, uno de mis grandes amigos, de esos a los que llamo “maestros de vida” porque llegan para sacudirte el alma a veces incluso de formas que no entendemos, me llama por ahí a mitad de año y me dice algo así como: “Sé de una fiesta electrónica en Cali el 2 de diciembre, como las que nos gustan. ¿Por qué no vamos? Hagámosle como en los viejos tiempos”...

El plan era sencillo: ir cada uno con su pareja. Con Javi, dijimos que sí, felices. Compramos entradas y a pesar de algunos planes fallidos en el camino, hasta incluso una tentativa de cancelación de nuestra parte, algo nos decía que teníamos que ir. Pocos días antes del evento finalmente compramos vuelos, reservamos hotel, armamos maletas y arrancamos pa’ Cali.

Aquel jueves, Cali nos recibió con una brisa cálida y deliciosa, como si nos estuviera esperando. Esa primera tarde, al entrar a la habitación del hotel, soltamos maletas, nos pusimos los "Carlos Vives" (ahí, disculparán los caleños la desfachatez) y parados en una esquina del Peñón, tradicional barrio del oeste caleño, con un sol maravilloso de tres de la tarde y unas infinitas ganas de cerveza, nos miramos con Javi y dijimos casi al unísono: “Qué delicia esto. Deberíamos venirnos a vivir aquí”...

Fue espontáneo, pero se sintió como si fuera una decisión que llevaba mucho tiempo gestándose. Luego en la noche, bailando en La Topa, lo confirmamos: la vida nos estaba dando un empujón, y estábamos listos para tomarlo.

Volvimos a Bogotá decididos y en cuestión de semanas, vendimos nuestras cosas, metimos lo importante en una bodega y cargamos lo esencial al carro: computadores, ropa veranera, tocadiscos, discos, kit coctelero, nuestros frascos, a Covid y Mambrú… y arrancamos.

Nuestro primer hogar en Cali fue un pequeño palacio. Era un apartamento que de pequeño no tenía nada, perfectamente diseñado para nosotros, como si el universo hubiera estado conspirando desde hace muchos meses a nuestro favor. El dueño lo había comprado, remodelado y decorado para él mismo, pero, por cosas de su trabajo, quienes llegamos a disfrutarlo fuimos nosotros...

Desde la distancia, Michael, el dueño, nos recibió con vino, flores y absolutamente todo nuevo, como si alguien que nos conociera profundamente y nos quisiera con el corazón hubiera preparado cada detalle para esperarnos.

Al día siguiente, los vecinos nos dieron una bienvenida súper cálida, incluido Pepito y su hermanita, una parejita de cacatúas ninfa que vivían en el primer piso del edificio y cuyo canto me recordaba los días mañaneros en la casa de mi abuelita.

Poco a poco, Cali con su gente, los pandebonos, el champús, las empanaditas del obelisco, la brisa, la salsa, el bulevar y tantas otras cosas, nos atrapó por completo. En esos primeros meses, incluso cuando un f***ing* zancudo nos mandó a la cama con dengue por varias semanas, la ciudad seguía demostrando que valía la pena quedarse. Habíamos llegado con la idea de “probar” por ocho meses, pero pronto supimos que nuestra estadía sería mucho más larga.

El primer temor antes de irnos había sido "alejarse" de los clientes que estaban en Bogotá. Pero la realidad es que nada interfirió en mantener nuestras actividades y por el contrario, empezaron a llegar clientes de otras partes que no eran ni Bogotá, ni Cali, así que en realidad todo estaba a nuestro favor...

El cambio no fue solo físico. Fue un renacimiento, una oportunidad de redescubrirnos como pareja y como individuos.

Pasados los meses y con la decisión de quedarnos muy clara, nos enfocamos en buscar un lugar más estable. Lo cual, curiosamente, resultó más complicado estando aquí en Cali que cuando, desde Bogotá, habíamos apartado un Airbnb a ojo cerrado. Pero es que así es la vida, si no hubiera fluido al inicio de la forma en que lo hizo, seguro no lo habríamos hecho y al final, todo se alineó. Encontramos nuestro nuevo hogar, un lugar en el que cada rincón reflejaba el camino hacia lo que veníamos soñado, tal como lo habíamos consignado en nuestro ritual de frascos.

Así comenzamos una nueva construcción, no solo de un lugar para vivir, sino también de un espacio para trabajar y seguir soñando, con oficinas separadas que nos permiten mantener nuestras individualidades intactas. Y, sobre todo, nos regalamos ese espacio al que llamamos “el apartamento” que es un apartamento dentro del apartamento y aunque el bar y la terraza son de mis partes favoritas, lo que más me llena es sentir que estamos exactamente donde debemos estar.

Cali despertó una ola de energías y verdades que habían estado estancadas durante años. Aunque esto es positivo porque nos impulsa a avanzar y abre caminos que antes parecían imposibles, también puede ser doloroso. Soltar lo que ya no nos sirve no siempre es fácil, y hay días que pesan más que otros. En medio de uno de esos días, cerca del aniversario del evento que nos trajo a esta ciudad, mi gran amigo me dijo: "¡Pues escribe! Es en esos momentos cuando toca escribir" y pues sí señor ¡aquí estoy!

Cada situación, pero sobre todo cada aprendizaje que hemos tenido, tanto individualmente como en pareja Javi y yo, en tan poco tiempo, daría para un artículo por sí solo y no sé si lo haré, pero lo que sí sé es que este texto de hoy no estaría completo sin hablar de Micaela.

Micaela

Dos meses antes de mudarnos al nuevo hogar, apareció en nuestras vidas una gata callejera que, por alguna razón, decidió que éramos parte de su manada. Todo comenzó un sábado, cuando Javi la vio desde la ventana. Había dado a luz a dos gatitos que parecían tener unas tres semanas porque apenas comenzaban a dar pasos y a salir de su refugio entre el tejado y el entretecho de la casa abandonada de al lado. Javi, conmovido por la escena, grabó un video que capturó el momento en que los gatitos se asomaron a juguetear por primera vez en el tejado.

Mientras tanto, yo estaba en un retiro espiritual y me encontraba enfrentando una revelación que parecía inconcebible. En ese viaje a mi interior me di cuenta de algo con lo que había vivido toda mi vida sin saberlo. Salí de ahí con un montón de preguntas y pidiendo respuestas al universo, con una mezcla de felicidad por poder aclarar muchas cosas pero mucha incredulidad. Al regresar a casa  Javi me mostró el video y al verlo, todo encajó. Esos gatitos eran la respuesta a la inquietud se me había generado en aquel encuentro conmigo misma y que parecía reciente, pero que había estado en mi interior toda mi vida.

Y es que cada vez confirmo con más claridad que todo lo que buscamos está dentro de nosotros. Sin embargo, está tan profundo que no siempre logramos verlo. Lo curioso es que, a menudo, lo más evidente es lo que más tiempo tardamos en comprender. Si prestamos atención, nos daremos cuenta de que todo se refleja en las personas, las situaciones que vivimos y, en mi caso, en las mascotas. Ellas han sido clave para muchas de las comprensiones más profundas sobre mí misma. Por eso siempre defenderé que no podemos ser tan ingenuos o pretenciosos como para creer que al rescatarlas les hacemos un favor, cuando en realidad son ellas quienes llegan a nuestra vida para salvarnos.

Al día siguiente, me asomé por la ventana y la vi. Micaelastaba en el tejado frente a nuestras oficinas, débil, casi moribunda, luchando por sobrevivir. En el video no se veía así pero ese día sí estaba así y eso me removió algo muy grande por dentro que hoy no sabría explicar con claridad. Desesperados por la escena, comenzamos a alimentarla lanzándole atún desde la ventana y así lo hicimos por más de una semana hasta que poco a poco, comenzó a recuperar energía y con el tiempo, a confiar un poco en nosotros.

Yo nunca fui una persona de gatos, pero había algo en ella que resonó profundamente con Javi y conmigo, de forma única con cada uno. Cuidarla y adoptarla no estaba en nuestros planes, como tampoco lo estaba mudarnos a Cali. Pero ambas decisiones nacieron del mismo lugar: la apertura a lo inesperado.

Tal como la famosa frase de Carl Jung: “Lo que no hacemos consciente se manifiesta en nuestra vida como destino”Micaela no era solo una gata callejera, era un reflejo, un símbolo claro de algo que yo llevaba en m¡ interior y que, esperaba a gritos ser revelado. Ella llegó como una sincronía que sacudió nuestro último trayecto en el pequeño palacio, para cerrar un ciclo y comenzar otro y en lo particular, poniéndome frente a un espejo tan claro como inesperado.

Hoy, Micaela, una siamés de 3.5 kilos aproximadamente, está en proceso de integrarse bien con Javi y conmigo para luego iniciar el proceso con Mambrú y Covid. Cada día que pasa, ella nos enseña sobre paciencia, armonía, calma y confianza, recordándonos que las conexiones más valiosas no se fuerzan: se construyen.

Esta mudanza no fue solo un cambio de ciudad, fue un viaje hacia nosotros mismos...

Así como Micaela eligió su hogar, nosotros elegimos el nuestro. Cali nos eligió, y nosotros decidimos quedarnos. Porque el hogar, así como el amor y el trabajo, no son lugares: es cómo decidimos construirlos.